Últimamente, oímos hablar mucho de Desobediencia Civil, principalmente a raíz de la consulta catalana que ha suspendido el Tribunal Constitucional. Es una pena que ante tantas injusticias y atropellos a los que nos somete el Gobierno, no nos hayamos acordado del único arma que tenemos los ciudadanos para controlar los abusos de poder de los legisladores y así forzar a que las instituciones democráticas reencuentren sus verdaderas funciones, pues como decia Gandhi: " No es la ley quien debe dictar lo que es justo, sino que lo que es justo es lo que debe dictar la ley. Lo que debe inspirar al hombre su comportamiento no es lo que es legal, sino lo que es legítimo", por tanto ante tanta ley injusta la Desobediencia Civil, afirma Gandhi, es la afirmación de un derecho que la ley debería dar, pero que niega. Si la desobediencia criminal es efectivamente una amenaza para la democracia y puede conducir a la sociedad al caos, la desobediencia civil es, por el contrario, una garantía para una democracia auténtica. Si el gobierno debe velar para defender a la sociedad contra los abusos de los ciudadanos, éstos deben velar para defender la sociedad contra los abusos del gobierno.
Ante el fracaso manifiesto de la estrategia pacifista desarrollada por STOP DESAHUCIOS que no ha conseguido detener ni paralizar las ejecuciones hipotecarias, aumentando en el primer semestre de 2014 un 4,2 %, y menos aún que sean derogadas esas criminales leyes que violan la constitución y ponen en la calle a familias sin recursos, mientras que los bancos, esos que hemos rescatados entre todos/as, los de las tarjetas opacas, se apropien de sus viviendas y sigan especulando con ellas; hemos creído conveniente rescatar el capítulo 3 del libro de Jean-Marie Muller: ESTRATEGIA DE LA ACCIÓN NO-VIOLENTA, con el fin de recordar y poner al alcance de quien nos los conozca, cuáles son los principios y fundamentos de de Desobediencia Civil desde el punto de vista noviolento.
Que os aproveche.
PRINCIPIOS Y FUNDAMENTOS DE LA DESOBEDIENCIA CIVIL
El principio esencial de la estrategia no-violenta es el principio de no-cooperación o de no-colaboración. Se basa en el siguiente análisis: si las injusticias están tan profundamente enraizadas en las sociedades es por que se benefician de la complicidad, es decir, de la cooperación de la mayoría de los miembros de esas sociedades. Así, Gandhi, analizando las causas de las injusticias de las que la India era víctima por parte del gobierno inglés, afirmaba: «Los responsables de nuestra sujeción no son tanto los fusiles británicos como nuestra colaboración voluntaria.»1 Precisando y des arrollando su pensamiento, escribía: «El gobierno no tiene ningún poder fuera de la cooperación voluntaria o forzada del pueblo. La fuerza que ejerce es nuestro pueblo quien se la da enteramente. Sin nuestro apoyo, cien mil europeos no podrían controlar siquiera la séptima parte de nuestros pueblos. (...) La cuestión que tenemos ante nosotros es, por consiguiente, oponer nuestra voluntad a la del gobierno o, en otras palabras, retirarle nuestra cooperación. Si nos mostramos firmes y unidos en nuestra intención, el gobierno se verá forzado a plegarse a nuestra voluntad o a desaparecer.» 2 Gandhi enuncia una vez más así el fundamento de la estrategia de la acción no-violenta: «Cuando un gobierno comete una grave injusticia, quien es objeto de ella debe retirarle su cooperación entera o parcial, hasta que le haya llevado a renunciar a su injusticia.» 3
Los debates sobre la violencia y la no-violencia se ven casi siempre falseados en la medida en que se quiere dar a entender que frente a la injusticia todos estamos dispuestos a recurrir a la violencia para «dispersar a los soberbios, derribar a los poderosos de sus tronos y elevar a los humildes, llenar de bienes a los hambrientos y despedir a los ricos con las manos vacías». Pero, ¡oh sorpresa!, frente a la injusticia, nuestra más fuerte tentación no es la violencia, cuyos riesgos y sacrificios, por una parte, no estamos demasiado dispuestos a asumir y de cuya eficacia, por otra parte, no estamos demasiado persuadidos. Estamos mucho más tentados por la pasividad y la complicidad que salvaguarden lo mejor posible nuestra tranquilidad, nuestro propio confort y nuestros propios intereses: estamos mucho más dispuestos a resignarnos a la colaboración que a resignarnos a la violencia. La palabra «colaboración» evoca generalmente la actitud de los que pactan con el ene migo, una vez que éste ha invadido el territorio nacional, pero conviene darle una acepción mucho más amplia: somos colaboradores cada vez que pactamos con tal o cual injusticia social.
Por ello, no conviene tanto oponer, tal como se hace generalmente con una cierta complacencia, la no-violencia a la violencia, que no es casi siempre más que la obra de una pequeña minoría, como oponer la no-violencia a la colaboración de la mayoría. Conviene, por otra parte, volver a decir aquí que si no hubiese elección más que entre la resistencia violenta y la colaboración, más valdría elegir la resistencia violenta.
A partir de este análisis, la estrategia no-violenta consiste en conseguir romper esta colaboración con la injusticia, y ejercer, de esa forma, sobre los responsa bles una presión social que les obligue a ceder. Los métodos de no-cooperación «intentan coaccionar al adversario mediante la negativa deliberada a realizar una función cuya ejecución es esencial para el mantenimiento de su posición» .4 Se trata de organizar la no cooperación de tal manera que el mayor número se niegue a colaborar con las instituciones, las estructuras, las leyes, los regímenes que crean y que mantienen la injusticia. Nos hemos contentado generalmente con pre sentar las acciones de Gandhi como llamamientos a la razón y a la conciencia que tenían como objetivo con vencer y convertir a los individuos. Ciertamente, esta preocupación no ha estado nunca ausente del espíritu de Gandhi, pero el objetivo directo e inmediato de sus campañas de no-cooperación era el de atacar las estructuras que perpetuaban la dominación inglesa sobre su país. «Nuestra no-colaboración no se refiere a los ingleses, sino al sistema que los ingleses nos han impuesto.»5 Con ocasión de la campaña de 1920, escribe que el boicot de las instituciones tiene como objetivo «parar los resortes del gobierno, hasta que hayamos obtenido justicia»,6 y afirma públicamente que «la nación busca paralizar al gobierno» 7
De igual manera, después de haber reconocido la in suficiencia de las simples manifestaciones callejeras para conseguir la liberación de los negros, Martin Luther King planeaba, unos meses antes de su asesinato, organizar campañas de desobediencia civil con el fin de paralizar el funcionamiento normal de las instituciones y obligar así al poder blanco a ceder. «La protesta no violenta, decía, debe a partir de ahora madurar para alcanzar otro nivel y corresponder a una impaciencia acrecentada entre los negros, y a una resistencia reforzada entre los blancos. Este segundo nivel es la des obediencia civil de masas. Nos hace falta algo más que una afirmación ante la sociedad; nos hace falta una fuerza que interrumpa su funcionamiento en ciertos puestos clave.» 8
Así pues, se trata de organizar la resistencia haciendo un llamamiento a cada miembro de la sociedad para que retire su apoyo a las autoridades establecidas que defienden la injusticia. La coacción se hará efectiva a partir del momento en que los resistentes consigan cortar las fuentes de poder del adversario, de tal manera que éste se vea privado de los medios de mantener su posición y pierda el control de la situación. De esta manera, se podrá establecer una relación de fuerzas en favor de los resistentes.
En un primer momento, esta no-cooperación podrá organizarse en el marco de la legalidad. Se tratará de agotar todas las posibilidades ofrecidas por los medios legales. Debemos inspirarnos aquí en la sabiduría de ese revolucionario anarquista que proclamaba ya hace tiempo en la tribuna de un congreso: «Haremos la revolución por todos los medios, ¡incluso por los medios legales» Pero cuando éstos se revelen inoperantes para acabar con la injusticia, entonces convendrá entrar en la desobediencia civil. La no-violencia nos hace amigos del orden, pero, precisamente por eso, nos obliga a denunciar y a combatir las injusticias y las violencias, del orden establecido. A menudo, el orden hay que promoverlo, no que defenderlo.
La desobediencia civil se funda en el reconocimiento del hecho, demasiado tiempo ignorado, de que la obediencia a la ley implica la responsabilidad del ciudadano, y que, por consiguiente, el que se somete a una ley injusta, carga con una parte de la responsabilidad de esa injusticia. «Si el gobierno actúa mal, escribe Gandhi, participo en su mala acción al cooperar con él y hacer así posible ese mal. Mi deber es retirar mi apoyo a ese gobierno, no por castigo, no por venganza, sino para no convertirme en responsable del mal que hace.» 9 Hitler sólo ha sido posible gracias a la colaboración de la gran mayoría de los alemanes. Todos los que, tras el fin de la guerra, han sido juzgados como «criminales de guerra» han argumentado invariablemente en su defensa que no habían hecho más que obedecer las órdenes de un gobierno legalmente constituido. Y, sin embargo, la conciencia universal ha creído deber recusar el argumento presentado y exigir su condena.
Ciertamente, en una situación dada, el individuo puede equivocarse en su apreciación de lo que la justicia requiere. Y, sin embargo, el hombre no puede decidirse a actuar más que a través de las luces de su propia razón y de su propia conciencia. El riesgo de equivocarse no puede llevarle a dimitir de su propia responsabilidad ante los juicios y las decisiones de otros hombres que, por lo demás, corren el mismo riesgo. Se toma como pretexto a menudo la incompetencia del simple ciudadano para mantenerle en una sumisión incondicional a las decisiones de los poderes establecidos. Se pretende que hay unos problemas de tal manera complejos, que exigen unos conocimientos tan vastos y unos análisis tan difíciles que nadie, aparte de los especialistas, podría hablar de ellos inteligente mente. So pretexto de incompetencia, se quiere obligar al ciudadano a la irresponsabilidad. Hoy más que nunca, los poderes establecidos se recubren con la autoridad de los tecnócratas para reducir toda oposición al silencio. Es ésta una superchería que hay absolutamente que denunciar. No es necesario, por ejemplo, conocer todo el dossier científico y técnico de la bomba ató mica para poder adquirir la certeza de que el equilibrio de terror que engendra, empuja a la Humanidad hacia un absurdo radical.
La teoría tradicional de la democracia postula que el orden social no puede mantenerse más que mediante la obediencia a la ley, suponiéndose que ésta representa la opinión de la mayoría, y que todo incumplimiento de esta regla sólo podría conducir a un desorden generalizado. En esta perspectiva, la desobediencia civil aparece como la negación misma de toda vida democrática. El argumento no puede ser rechazado pura y simplemente: debe ser discutido. Es cierto que, ante problemas de orden técnico allí donde no tenemos convicciones sino sólo opiniones, es razonable aceptar la ley de la mayoría. Gandhi veía bien los peligros que habría para el equilibrio mismo de la sociedad si cada uno, a propósito de todo y de nada, pretendía seguir sólo sus ideas: personales. «La experiencia me ha hecho ver que, si quiero vivir en sociedad manteniendo mi independencia, tengo que limitarme a las cuestiones de primera importancia para hacer valer las exigencias de una independencia total. En los demás terrenos en que no entran en juego ni la religión ni la moral, hay que ceder a la mayoría.» 10
Pero ante problemas esenciales, que ponen en causa el sentido mismo que damos al hombre y a la historia y que comprometen gravemente nuestra responsabilidad, no podríamos sentirnos atados por las decisiones de la mayoría. «La ley de la mayoría, afirma Gandhi, no tiene nada que decir donde le toca hablar a la conciencia.» 11
" No es la ley quien debe dictar lo que es justo, sino que lo que es justo es lo que debe dictar la ley. Lo que debe inspirar al hombre su comportamiento no es lo que es legal, sino lo que es legítimo. A este respecto, la manera en que Gandhi hizo modificar, en diciembre de 1920, el texto que definía los métodos de acción del Congreso de la India, es muy significativa: mientras que los estatutos del Congreso afirmaban claramente que éste debía perseguir su objetivo «por me dios constitucionales», es decir, legales, Gandhi hizo votar una resolución según la cual el Congreso podía actuar «por todos los medios legítimos y pacíficos».12
Queda sin embargo que toda sociedad debe procurarse los medios para defenderse contra los individuos o los grupos que se propongan crear el desorden y que amenacen su propia coherencia y su propia estabilidad. «El individuo es, en lo que al derecho respecta, violento, más exactamente, violencia virtual que, en cualquier momento, puede hacerse actual. Esta visión del derecho no se debe a la "maldad" de los legisladores: es la "maldad" de los hombres lo que ha hecho necesario el derecho.( ...) No se refuta una verdad tan evidente describiendo una vida idílica, situada, o bien en un pasado anterior al comienzo de la historia, o bien en un por venir que seguiría a su fin y que no conocería ni organización ni ley.» 13 Por lo tanto, la desobediencia civil no podría estar fundada en una apreciación negativa de la ley en tanto que tal. La ley, por el contrario, debe ser apreciada positivamente, en tanto que medio por el que la sociedad tiende a perfeccionar su organización, su coherencia y su seguridad. Así, M. L. King podía escribir: «Pretendo que un individuo que infringe una ley porque su conciencia le dice que es injusta y que acepta de buen grado la pena permaneciendo en prisión para despertar la conciencia de la comunidad respecto a esa injusticia, expresa de hecho el más profundo respeto por la ley.» 14
Ciertamente, el ideal sería una sociedad donde el orden y la justicia pudieran ser asegurados por la libre concurrencia de cada uno sin que hubiera necesidad de recurrir a las obligaciones ni a las compulsiones impuestas por la ley.15 Pero querer hoy atacar a la ley porque es la ley, es desconocer la realidad y permanecer prisionero de los sueños. Ahora bien, no se trata de soñar el ideal, sino de realizarlo, y de realizarlo en comunidad.
De igual manera, sería vano pretenderse «por encima de la ley». La ley cumple una función social que no puede ser negada. Esta función es a la vez la de garantizar el orden y la de promover una mejor justicia, sin que se puedan disociar estas dos tareas la una de la otra. La función de la ley es la de regular las relaciones entre los individuos de tal manera que la arbitrariedad y la violencia no puedan tener libre curso; es la de obligar a los hombres a un comportamiento razonable, sin el cual la vida en sociedad no sería posible. No sería justo considerar las compulsiones ejercidas por la ley tan sólo como trabas para la libertad, son también garantías para la libertad. Las oposiciones, sean parlamentarias o revolucionarias, se complacen de buena gana en la crítica de los medios puestos en práctica por el gobierno para mantener el orden. Pero cuando una oposición, por medio de acontecimientos que le son favorables, se ve llevada a asumir las responsabilidades del poder, se ve a su vez enfrentada al problema del mantenimiento del orden y, si bien los papeles se hallan invertidos, el escenario sigue siendo casi siempre el mismo. Toda sociedad pretende asegurar a sus miembros la mejor justicia y la mejor libertad y puede, por consiguiente, reivindicar holgadamente no sólo el derecho sino el deber de organizarse para impedir que hagan daño los enemigos de la justicia y de la libertad. Aquí, la teoría es perfecta, las dificultades proceden solamente de su aplicación.
Así pues, el objetivo de la desobediencia civil no es el de abolir las leyes, sino el de mejorarlas de tal manera que puedan ser más conformes a las exigencias de la justicia y de la libertad. «La desobediencia civil, afirma Gandhi, es la afirmación de un derecho que la ley debería dar, pero que niega.»16 Aquí, una vez más, podemos unirnos a Eric Weil cuando escribe: «El mismo que es un criminal a los ojos de la ley positiva, puede ser, desde otro punto de vista, un héroe o un santo. Pero no sería ni lo uno ni lo otro si no se arriesgara, con conocimiento de causa al conflicto con la ley -y sobre todo, su rebelión estaría desprovista de sentido para la sociedad-comunidad si no persiguiera, en lugar de la supresión de la ley, la proclamación de una ley mejor, por consiguiente, de una ley.» 17
Por otra parte, la acción no-violenta puede no tener por objetivo obtener la supresión de una ley, sino, por el contrario, la aplicación de una ley ya reconocida en principio pero convertida en letra muerta. Así, en 1956, Dando Dolci va a apoyarse sobre el propio texto de la Constitución de la República Italiana, para combatir la miseria que castiga Sicilia. El artículo IV de esa Constitución afirma: «La República reconoce a cada ciuda dana el derecho al trabajo y le asegura las condiciones necesarias para hacer este derecho efectivo.» Ahora bien, este artículo sigue siendo letra muerta para numerosos habitantes de Sicilia que son explotados por la mafia y obligados al paro por una situación económica miserable, mientras que el gobierno de Roma permanece inactivo. Por lo tanto, Danilo Dolci va a esforzarse mediante varias acciones directas no-violentas por actuar de manera que ese derecho, reconocido en principio por la ley, lo sea también en la práctica. Varios resultados tangibles han sido obtenidos gracias a la acción de Danilo Dolci y su combate continúa.
Si la desobediencia criminal es efectivamente una amenaza para la democracia y puede conducir a la sociedad al caos, la desobediencia civil es, por el contrario, una garantía para una democracia auténtica. Si el gobierno debe velar para defender a la sociedad contra los abusos de los ciudadanos, éstos deben velar para defender la sociedad contra los abusos del gobierno. Sin embargo, no se puede sin contradicción, pedir a la ley que reconozca el derecho a desobedecer la ley. Por lo tanto, este derecho no puede ser formulado sino a partir de las exigencias de la moral. La moral tiene sus leyes que la ley no reconoce. La ley debe, necesaria mente, prever una sanción para el que se sustrae a sus prescripciones. Y el mismo que desobedece a la ley con el fin de denunciar la injusticia que encubre, no puede desear escapar a las sanciones de la ley. Esa sanción es necesaria para la coherencia y la eficacia de una acción de desobediencia civil.
La aceptación de las sanciones es una prueba de que la desobediencia es civil y no criminal. «El criminal, es cribe Gandhi, infringe las leyes subrepticiamente trata de sustraerse al castigo; el que resiste civil mente, actúa de una forma completamente distinta. Se muestra siempre respetuoso con las leyes del Estado al que pertenece, no por temor a las sanciones, sino por que considera esas leyes necesarias para el bien de la sociedad. Sólo que, en ciertas circunstancias, bastante raras, la ley es tan injusta que obedecer parecería una deshonra. Entonces, abierta y civilmente, viola la ley y sufre con calma la pena en la que ha incurrido con esa infracción.»18 Cuando fue juzgado, el 18 de enero de 1922, por haber desobedecido las leyes del Imperio británico y por haber incitado a sus conciudadanos a actuar de igual manera, Gandhi recordó estos principios en la declaración que leyó ante el tribunal: «La no-violencia pide el sometimiento voluntario a la pena en que se incurra por no haber cooperado con el mal. Estoy, pues, dispuesto a someterme con el corazón alegre al castigo más severo que pueda serme infligido por lo que, según la Ley, es un crimen deliberado y que, a mi parecer, constituye el primer deber del ciudadano. Juez, no puede usted escoger: o dimite y deja así de asociarse con el mal, si considera que la Ley que está encargado de administrar es mala y que en realidad soy inocente, o me impone la pena más severa si cree que el sistema y la Ley que tiene que aplicar son buenos para el pueblo y que mi actividad, por consiguiente, es perniciosa para el bien público.» 19
Esta aceptación de las sanciones no debe ser una sumisión al adversario, sino, por el contrario, la decisión de afrontarlo sin miedo y sin odio. Toda actitud de huida o toda actitud que pudiese aparecer como una huida ante las amenazas del adversario sería una confesión de debilidad y vendría a desacreditar la acción. Al aceptar sufrir las penas que le son infligidas, sobre todo las penas de prisión, el resistente no-violento no pretende en absoluto reconocer su propia culpabilidad ni la legitimidad de la sanción. Por el contrario, tiene fuertemente conciencia de que ésta es injusta. Pero, por una parte, al asumir hasta el final las consecuencias de su acción, manifiesta claramente su naturaleza. Atestigua así que no ha actuado en absoluto por otras razones que las que ha presentado desde el principio, y da a éstas una fuerza de convicción acrecentada. Muestra también que, al negarse a ser cómplice de la injusticia contra la cual ha entrado en lucha, pretende permanecer solidario de la comunidad a la que pertenece. Al escapar a las sanciones, se excluiría a sí mismo de esa comunidad y el impacto de su acción sobre ella se vería fuertemente disminuido. Por otra parte, la injusticia misma de la sanción que le castiga tiene la suficiente envergadura para mostrar a la luz del día las verdaderas responsabilidades implicadas en el conflicto que le opone a los poderes establecidos. Cuando estudiaba la posibilidad de interrumpir el funcionamiento normal de las instituciones mediante campañas de desobediencia civil, M. L. King precisaba: «Esta interrupción no debe sin embargo de ser subrepticia o clandestina. No es necesario vestirla con un romanticismo de guerrilla. Debe presentarse a rostro descubierto y, sobre todo, ser llevada sin violencia por grandes masas. Si, para hacer la fracasar, se deben llenar las cárceles, su significación se hará todavía más clara.» 20
Sin embargo, no conviene dar a esta aceptación de las sanciones el carácter de un principio moral absoluto, a no transgredir en ningún caso. En circunstancias particularmente difíciles para el movimiento, puede ocurrir que exigencias tácticas imperiosas lleven a contravenir esta regla. Ciertamente, un movimiento de resistencia no-violento no puede convertirse en un movimiento clandestino, pero se puede estudiar que tal o cual resistencia, por un tiempo dado y por razones precisas, se mantenga en la clandestinidad o elija el exilio.
El que desobedece la ley no reivindica por tanto que la sociedad le reconozca ese derecho, sino que pide que se tomen en consideración las razones por las cuales considera que la ley es mala y que es necesario por consiguiente cambiarla. Quienes tienen asignado hacer respetar la ley, trátese del poder ejecutivo o del poder judicial, no deberían atrincherarse tras el argumento según el cual la obediencia a la ley es una exigencia porque la ley es la ley. Es irrisorio por su parte decir que «no quieren saber» las razones que han motivado un acto de desobediencia. Su función, si fuera bien comprendida, no debería ser solamente exigir que la ley fuera puesta en aplicación, debería ser también la de aceptar que fuera puesta a discusión.
La ley es justa y, por consiguiente, justificada, en la medida en que tiene por objetivo defender los intereses de los más desfavorecidos contra las ambiciones de los más ricos y de los más poderosos. Desgraciadamente son sobre todo estos últimos los que hacen las leyes. Por lo tanto sucede a menudo que desvían la ley de su función y la utilizan para proteger sus privilegios contra las reivindicaciones de los más desfavorecidos. En la medida de ello, la ley ya no merece obediencia. Aun cuando fuera decidida por una asamblea elegida por sufragio universal. Por supuesto no conviene despreciar a éste. Sin lugar a dudas, su establecimiento representa un inmenso progreso en la historia de las sociedades. Por lo demás, todo cambio social profundo obtenido por una campaña de acción no-violenta, deberá ser ratificado por el sufragio universal que sigue siendo la expresión normal de la mayoría. Sin embargo conviene reconocer sus límites y sus insuficiencias.
Por una parte, si bien permite a la mayoría elegir el gobierno que quiere, no le permite participar efectiva mente en las decisiones de ese gobierno. Las democracias son ante todo democracias de representación, y no democracias de participación. En consecuencia, se ha exagerado a menudo el papel real jugado por el ciudadano cuando deposita su papeleta de voto en la urna. Al llevar al poder a hombres cuyas decisiones no tendrá medios reales de controlar, firma de alguna manera un cheque en blanco, cuyo suministro, por las buenas o por las malas, se verá obligado a asegurar. Mediante el voto, el ciudadano delega su poder, no lo ejerce. Michel Debré ha subrayado, en fórmulas sin equívocos, en qué medida una cierta idea de democracia se fundaba exactamente en la no-participación y en la irresponsabilidad de los ciudadanos: «Lo propio del individuo, escribe, es vivir en primer lugar su vida cotidiana; sus preocupaciones y las de su familia le absorben. El número de ciudadanos que siguen los asuntos públicos con el deseo de tomar parte en ellos es limitado: es una alegría que sea así. La ciudad, la nación en la que cada día un gran número de ciudadanos discutieran de política estaría próxima a su ruina. La democracia, no es la aplicación permanente de las pasiones ni de los sentimientos populares a la discusión de los problemas de Estado. El simple ciudadano que es un verdadero demócrata se hace, en silencio, un juicio sobre el gobierno de su país, y cuando es consultado en fechas regulares, para la elección de un diputado, expresa su acuerdo o su desacuerdo. Tras lo cual, como es normal y sano, retorna a sus preocupaciones personales.» 21
Ante las lentitudes y las insuficiencias de una oposición de tipo parlamentario, es grande la tentación para muchos, al menos si se les oye, de recurrir a métodos violentos para hacer valer sus derechos. Ahora bien, la alternativa no está entre la acción puramente legal y la acción directa violenta. Ni la papeleta de voto, ni el adoquín, pueden a fin de cuentas permitir al ciudadano ser verdaderamente responsable y hacer oír su voz. Más allá de los callejones sin salida a los cuales abocamos si respetamos escrupulosamente todas las condiciones impuestas a la acción por las reglas de la democracia formal, y más allá de las contradicciones de la acción violenta, la acción directa no-violenta, por me dio de la no-cooperación y de la desobediencia civil, nos permite oponernos a los abusos de los poderes establecidos, combatir eficazmente por la justicia y realizar los cambios necesarios. «Cuando el recurso a las instancias democráticas ha fracasado en un terreno particular o en un lugar dado, las manifestaciones de pro testa y la organización de una desobediencia civil extra constitucional pueden permitir a las instituciones democráticas reencontrar sus verdaderas funciones.» 22
Cuando se trata de una injusticia en la cual participamos todos, no sería razonable que cada uno espere a que la mayoría la haya reconocido para que deje de participar él mismo y se esfuerce en hacer todo lo posible para que termine. No conviene actuar sólo para que el poder cambie de política o para provocar un cambio en el poder, conviene ejercer efectivamente el propio poder de ciudadano libre y responsable rechazando des de ahora, mediante un acto de desobediencia civil, toda colaboración personal con la injusticia. «La desobediencia civil, escribe Gandhi, es un derecho imprescriptible de todo ciudadano. No puede renunciar a ella sin dejar de ser hombre (...). El intento de prescindir de la desobediencia civil sería lo mismo que querer aprisionar la conciencia.» 23
Sin embargo, numerosos liberales que están dispuestos a denunciar la injusticia y a combatirla por los me dios constitucionales, no aceptarían franquear el umbral que les haría entrar en la ilegalidad. Para ellos, el orden es indivisible y toda desobediencia no puede ser más que un factor de desorden. Martin Luther King, en su célebre Carta desde la cárcel de Birmingham ha expresado toda la decepción que sentía ante la actitud del hombre liberal quien, por supuesto, ama la justicia, pero prefiere el orden a la justicia. «La comprensión superficial de los hombres de buena voluntad es más demoledora que la absoluta incomprensión de los adversarios. Resulta mucho más desconcertante la aceptación tibia que el rechazo sin matices.» 24 El hombre liberal, en efecto, desea que los oprimidos puedan obtener el reconocimiento de sus derechos, pero posee una paciencia y un optimismo que le permiten esperar y otorgar confianza a los poderes establecidos. Por ello juzga los métodos de acción directa y sobre todo las acciones de desobediencia civil, como actos extremistas y poco razonables.
Unos actos individuales de desobediencia civil no podrán tener un impacto político que pueda orientar los acontecimientos de una manera decisiva. Sin embargo reciben su justificación y su significación de que son una expresión política de la fidelidad a una exi gencia de justicia y de verdad. Franz Jägerstätter, ese campesino austriaco condenado a muerte y ejecutado en 1943 por haberse negado a servir en el ejército hitleriano, no pudo impedir a éste proseguir su obra mortífera a través de Europa. Quedó como un «testigo solitario» 25 y sin embargo todo el mundo está de acuerdo en decir hoy que su actitud era la única digna de un hombre responsable. Si nos sintiéramos tentados a preguntarnos para qué ha servido su negativa, tendríamos que preguntarnos para qué ha servido la aceptación de los demás. Por sí solos, los nombres de Auschwitz y Oradour dan a esta última pregunta una respuesta exacta.
Por otra parte, en las sociedades en que la democracia ha recibido un comienzo de realización efectiva, en que sobre todo el derecho a la información es amplia mente reconocido y respetado, unos actos individuales de desobediencia civil pueden jugar un papel importante. Por la publicidad que se les puede dar, son ya una interpelación a los responsables de la injusticia Y a los que la sostienen mediante su silencio y su colaboración. Pueden ser un elemento no despreciable en el trabajo de sensibilización de la opinión pública frente a una injusticia precisa. Permiten que se reúnan quienes sintiéndose concernidos por las motivaciones ex puestas y los métodos utilizados, están dispuestos a, dar a conocer esos actos, a velar para que no sean desviados de su verdadera significación y a expresar públicamente su apoyo y su solidaridad. Si tiene lugar un proceso y se infligen penas de prisión, puede desencadenarse una campaña de prensa que pueda dar a conocer a todos las razones de estos gestos de ruptura y los objetivos perseguidos. A partir de entonces, es posible examinar la posibilidad de que otros den el mismo paso y den así a la acción una cierta amplitud. El impacto político que resultaría de ello entonces no puede ser menos preciado.
Hay que añadir que, para tener todo su alcance y toda su eficacia, la desobediencia civil debe hacerse de manera concertada y colectiva. Exige disciplina y organización y debe poder beneficiarse del apoyo de una amplia minoría. Entonces se hace posible poner en jaque a las leyes injustas y restablecer el derecho.
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1. GANDHI, Todos los hombres son hermanos, p. 206
2. GANDHI, La Jeune Inde, Stock, París, 1914, p. 195.
3. Ibid., p. 73.
2. GANDHI, La Jeune Inde, Stock, París, 1914, p. 195.
3. Ibid., p. 73.
Ya La Boétie, en su Discurso sobre la servidumbre voluntaria, y Henry David Thoreau en su ensayo sobre La Desobediencia Civil, habían expuesto esta teoría. Cf. nuestro libro El Evangelio de la no-violencia, pp. 218-220.
4. W. R. MILLER, Non-Violence: a christian interpretation, p. 54.
5. GANDHI, Todos los hombres son hermanos, p. 173
6. GANDHI, La Jeune Inde, Stock, París, p. 93.
7. Ibíd., p. 111.
8. M. L. KING, La Seule Révolution, Casterman, París, 1968, p. 33.
9. Citado por S. PahTEx-BuzcF;, Gandhi contre Machiare' p. 125.
10. GANnxr, Todos los hombres son hermarzos, p. 204.
11: Ibíd., p. 205.
12. Citado por S. PANTER-BRICK, op. cit., pp. 132-133.
13. Eric WEit, Philosophie morale, pp. 83-84.
14. Citado por Lerone BENETT, L'Flornme d'Atlanta, M. L. King, p. 177.
15. Cf. el capítulo
16. Citado por S. PANTER-BRICK, op. cit., pag.222
17. Eric WEIL, op. cit., p. 84.
18. GANDHI, La Jeune Inde, p. 7.
19. Camille DEVxsr, Gandhi, su pensamiento y su acción, Fontanella, Barcelona. Y en Ana FRAGA, El pensamiento político de Gandhi, Zyx, Madrid, p. 86.
20. M. L. KING, La Seule Révolution, p. 34.
21. Michel DrsuÉ, «Ces princes qui nous gouvernent», citado en los Cahiers de la Réconciliation, mayo de 1971.
22. Joan V. Bo:vnuxnxT, Congr,~est of violence, University of California Press, Berkeley y Los Ángeles, 1969, p. 218. 23. Gaxnxi, Todos los hombres son hermanos, p. 197.
24. M. L. KING, Por qué no podemos esperar, Aymá, Barce lona, 1964, p. 116. 25. Cf. el libro de Gordon Z.axx, Un témoin soi:raire. Fie u~ mort de Frantz Jtigerstritter, Du Seuil, París, 1967.
21. Michel DrsuÉ, «Ces princes qui nous gouvernent», citado en los Cahiers de la Réconciliation, mayo de 1971.
22. Joan V. Bo:vnuxnxT, Congr,~est of violence, University of California Press, Berkeley y Los Ángeles, 1969, p. 218. 23. Gaxnxi, Todos los hombres son hermanos, p. 197.
24. M. L. KING, Por qué no podemos esperar, Aymá, Barce lona, 1964, p. 116. 25. Cf. el libro de Gordon Z.axx, Un témoin soi:raire. Fie u~ mort de Frantz Jtigerstritter, Du Seuil, París, 1967.
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