El concepto de poder ocupa un lugar central en disciplinas como la teoría política, la filosofía del derecho, la sociología, la economía, y la psicología. Sin embargo, el término “poder” resulta considerablemente equívoco, en tanto que diversas tradiciones de pensamiento en cada una de aquellas disciplinas defienden concepciones bien diferentes. Estas concepciones de poder pueden dividirse en tres grandes grupos: sustancialistas, subjetivistas y relacionales. (1)
Para los sustancialistas, el poder es algo que los sujetos utilizan para alcanzar sus fines, por ejemplo el poder económico. (1)
Para las teorías subjetivistas, el poder no es una cosa, sino una capacidad: la capacidad de los agentes (individuo, grupo, comunidad), para conseguir aquello que quieren. Esta capacidad reside tanto en el derecho que se les reconoce a lograr aquello que persiguen, como en la influencia o control que están en condiciones de ejercer sobre otros agentes. (1)
Para las teorías relacionales, el poder es una relación entre dos agentes, en el cual uno de ellos consigue del otro un comportamiento que el segundo no habría realizado en otras circunstancias. En la tradición marxista se considera que la burguesía ejerce su poder sobre la clase obrera, lo que se explica por las relaciones de producción existentes. En el marxismo el poder se considera como una relación estructural, independiente de los deseos de los individuos. Así N. Poulantzas definió el poder como la capacidad de una clase, para realizar sus intereses en oposición a otra clase. Para Max Weber, el poder es la probabilidad de que un sujeto, en una relación social, sea capaz de realizar su voluntad en prosecución de sus propios objeticos, imponiéndola por encima de cualquier posible resistencia. (1)
En Foucault aparece una forma distinta, de las tres anteriores, -de entender el poder-, aunque pueda considerarse una variación de alguna de ellas. Para Foucault, el poder no es algo que se pueda localizar en un determinado grupo, clase o individuo. El poder es más bien una fuerza invisible, impersonal, que se ejerce en vez de poseerse. No es un privilegio de la clase dirigente o de los grupos que concentran la riqueza económica, sino que está difuso por toda la estructura social y se manifiesta en diversas formas de vigilancia, regulación y disciplina que fuerzan la adaptación de los individuos en la estructura social .(1)
T. Parsons, considera el poder como una capacidad difusa por toda la sociedad y no como un atributo de los poderosos. Para Parsons, el poder es una capacidad positiva de la sociedad que ésta ejerce para alcanzar los objetivos comunitarios, más que como una fuente de conflicto y coerción. (1)
Quedándonos con esta definición de Parsons, “el poder es una capacidad positiva de la sociedad que ésta ejerce para alcanzar los objetivos comunitarios”, la entendemos como una “capacidad positiva” que es innata en cada ser humano que forma parte de una sociedad, y que para que sea ejercida, en forma de poder social, primero será necesario que cada individuo de esa sociedad, tome conciencia de ella, y en segundo lugar esté dispuesto/a a ejercerla. Es una actitud semejante a lo que se ha desarrollado dentro del movimiento feminista, en el que se habla del “empoderamiento de la mujer”, pues eso mismo en relación al individuo en general, será necesario un “empoderamiento de ciudadanía”, es una toma de conciencia del poder que existe dentro de cada persona, y que es propio de ti y diferente del poder de los demás. (1)
El discurso político predominante, intenta convencernos y de hecho lo está conseguido, que la democracia, tal como la conocemos es el mejor sistema político. Si nos vamos al puntos de vista etimológico el concepto de democracia se refiere al poder o gobierno (kratos) del pueblo (demos). Desde esta definición a lo que hoy en día practicamos hay un largo recorrido. Desde el origen en la “polis” griega, la democracia siempre ha venido acompañada de unos valores como libertad, igualdad social y política, así como la necesidad de participar en la elaboración de las normas que regulan nuestra vida social. Desde su origen la democracia siempre ha tenido que ver con la deliberación política, con la idea de que son las “razones y no la violencia o las creencias” aquello que puede justificar el poder político, el poder del Estado. A esto habría que sumar la importancia de una educación democrática y la necesidad de condiciones económicas y políticas que hagan posible la participación en condiciones de igualdad. (1)
A esta idea de democracia, -con los estados modernos- se incluyen otros valores como las diferencias culturales, la separación de poderes y los derechos individuales, y dada su complejidad se incluye también el sistema de “representación política”, y se comienza a abandonar la idea básica de “el gobierno del pueblo”, por la de un “gobierno elegido por el pueblo”. (1)
La democracia no es sólo un forma de gobierno, sino una forma de sociedad, una determinada manera de construir nuestra vida en común. Por tanto no debe confundirse: representación con participación. (1)
La representación es un mecanismo de elección de nuestros gobernantes, pero la democracia exige además la participación en la sociedad civil. Es decir, exige también que en las escuelas, en los lugares de trabajo, en las asociaciones de todo tipo, sea la participación y la deliberación los mecanismos básicos para la toma de decisiones. Renunciar a la participación en la toma de decisiones, es renunciar a la idea básica que define a la democracia, como es la autonomía política, o sea: que son sólo ciudadanos aquellos que se someten a las leyes que ellos mismos se han dado, siendo de esta manera, los afectados o implicados por los problemas quienes debemos de resolverlos. (1)
La democracia no es un sistema político y social acabado y definitivo, como nos quieren hacer creer, sino que se trata más bien de un proceso. Su construcción requiere leyes, pero también requiere una serie de valores morales como la tolerancia, el respeto a los demás y a sus creencias y la solidaridad o reciprocidad. Necesita también condiciones culturales, sociales y económicas que permitan y aseguren una participación igual y efectiva en la toma de decisiones; por último, precisa una responsabilidad por lo público, por el bien común, que no debe limitarse al Estado. Sin estas condiciones podremos utilizar el nombre de democracia pero sólo servirá para enmascarar sistemas políticos injustos. (1)
Así pues, la democracia representativa, tal y como la conocemos, no es más ni menos que una forma de enmascarar un sistema político injusto, porque como hemos visto anteriormente, la democracia representativa, se reduce única y exclusivamente al hecho de elegir a los representantes, alejando a la ciudadanía de la participación directa en las deliberaciones, la toma de decisiones y olvidando los valores antes indicados, así como la creación de mecanismos que aseguren una participación igual y efectiva de todos, además de un desprecio absoluto por lo público dando las espaldas al bien común a favor del bien privado.
En el Despotismo Ilustrado, desaparece la institución del vasallaje, propia del feudalismo, pero permaneció la figura del súbdito, que es, según el diccionario, aquel que está “sujeto a la autoridad de un superior, con la obligación de obedecerle”…. Tampoco el súbdito goza de autonomía, sino que permanece sometido a la autoridad del soberano, quien , en definitiva, es el único autónomo. (2)
Las actitudes morales propias del Feudalismo y del Despotismo Ilustrado, se encuentran asombrosamente extendidas en nuestro momento. (2)
El paso del feudalismo y del despotismo ilustrado a la democracia es, pues, a la vez, el paso del vasallaje o de la condición de súbdito a la de ciudadano. Sin embargo, curiosamente, esta ciudadanía política no suele tener su trasunto en una ciudadanía moral, que consistiría en asumir, como persona, la propia autonomía. (2)
Sería moralmente vasallo o súbdito aquel que para formular un juicio moral cree necesario tener que tomarlo de alguien o alguienes que se lo den ya hecho, reconociendo con ello lo que en la tradición ilustrada se llama su “minoría de edad”…. Entrar en la mayoría de edad en cuestiones morales significaría entonces percatarse de la propia capacidad para formular juicios morales y regirse por ellos.… Una muestra de mayoría de edad es darse cuenta de que, en último término, si yo no estoy convencido de que algo resulta moralmente plenificante o deber, no lo voy a percibir como una exigencia o como una invitación moral, así la humanidad entera lo tenga por bueno. Las ofertas o las exigencias morales no tienen fuerza atractiva o exigitiva si el propio sujeto no las experimenta como tales…. Somos las personas las que, asumiendo nuestra “ciudadanía moral”, o mejor, asumiendo nuestra autonomía, hemos de llegar a juzgar qué tenemos por correcto y qué tenemos por bueno. (2)
Desgraciadamente, si la ciudadanía política está más reconocida en los papeles que practicada en la realidad, todavía más lejos de realizarse está la autonomía moral, porque en cuestiones morales el vicio de la pasividad hace verdaderos estragos... . Conocer el origen de esa pasividad es sumamente útil… Por eso comentaremos brevemente dos de los elementos que han contribuido a fortalecerla en buena parte de los países democráticos, y muy especialmente en el nuestro: el arraigado hábito de poner todas las decisiones, incluso las morales, en manos de los gobernantes, y la igualmente arraigada costumbre de atenerse a un código moral único. (2)
Clientes pasivos del estado de bienestar. (2)
Puede decirse, pues, que el estado paternalista ha generado un ciudadano dependiente ,“criticón” -que no “crítico”-, pasivo, apático y mediocre; alejado de todo pensamiento de libre iniciativa, responsabilidad o empresa creadora. Un ciudadano que no se siente protagonista de su vida política, ni tampoco de su vida moral, cuando lo que exige un verdadero estado de justicia es que los ciudadanos se sepan artífices de su propia vida personal y social. (2)
El Estado paternalista, -junto al coro de partidos políticos, sindicatos y demás organizaciones que le acompaña-, ha hecho creer a este ciudadano “criticón, pasivo, apático y mediocre”, que han fabricado para dar respuesta a sus necesidades de ejercicio de poder, que “la democracia tal como la conocemos es el mejor sistema político”. (2)
Esa falta de pensamiento libre, de libre iniciativa, nos impide tener conciencia de que “La democracia probablemente SÍ, pero tal como la conocemos NO es el mejor sistema político”. La Democracia es el Poder que ejerce el pueblo, pero NO es el Poder que Delega el pueblo. Como decía Parsons, “el poder es una capacidad positiva de la sociedad que ésta ejerce para alcanzar los objetivos comunitarios”. El poder nace dentro de cada uno de nosotros y que es propio de cada ser humano. Es el poder del que hablamos cuando vemos crecer una planta en un lugar inhóspito, desértico o árido, y normalmente se nos escapa la expresión, ¡hay que ver el poder de la naturaleza!. El poder de esa planta, de ese árbol que ha sido capaz de crecer y desarrollarse, emergiendo sólo, triunfante con todo su poderío, con toda su fuerza. Es el poder que nos define y nos hace irrepetibles, únicos, diferentes a los demás. Es el poder que estamos obligados a ejercer, que no podemos reprimir, que no podemos delegar, es el poder que ha de participar, y el que nos hace formar parte del necesario puzle de la humanidad.
Todo ejercicio de poder tiene unos efectos sobre nosotros mismos y sobre los demás. Cuando yo ejerzo MI poder en cualquier área de la vida en la que me muevo, el ejercicio que hago de MI poder lleva implícito, todo lo que yo soy, mis experiencias, mi principios éticos, morales y humanos, mis conocimientos, etc., y por tanto, tendrá una incidencia tanto en mí como en el medio en el que pongo en práctica o ejerzo mi poder, y sus resultados vendrán determinados por aquellos condicionantes (principios éticos, morales y humanos, mis conocimientos, etc), dando un toque personal, propio a ese ejercicio de poder. De aquí, el comentario que hemos hecho alguna vez, cuando alguien actúa de una determinada manera, dando respuestas que no nos esperamos, solemos decir: “no me esperaba esto de...”. Pues bien, cuando la Democracia representativa me pide que delegue mi poder en un partido político, en un sindicato, etc., ese toque personal al ejercicio del poder, esos principios éticos, morales, humanos así como mis conocimientos, desaparecerán o a lo sumo quedarán en segundo plano, porque como es natural en el ejercicio del poder prevalecerán los de la persona, partido o sindicato, en la que he delegado, empobreciéndose como es lógico el resultado y la aplicación de poder. Imagina cómo se empobrecerá el ejercicio del poder, cuando son miles de personas las que delegan su poder en una sola persona, o en un pequeño grupo de personas. Por otro lado, la delegación de poder, tal como nos lo presenta la democracia representativa, es un acto “contra natura”, es un acto que atenta contra la propia evolución de la naturaleza. Cada individuo es un ser único e irrepetible, con características propias y distintas a los demás, con cualidades y potencialidades propias y distintas a los demás, nadie sobra y todos y todas somos necesarios, cada uno en su nivel, cada cual desarrollando su sabiduría, las potencialidades que la naturaleza le ha otorgado, cuando un individuo delega, está limitando el desarrollo de todas estas potencialidades que la naturaleza le ha otorgado y que son propias de él y que nadie más posee, por tanto, estará actuando contra las propias leyes de la naturaleza, las cuales nos invitan al desarrollo de todas y cada una de las potencialidades que hay en cada uno de nosotros, y este es un pilar básico de la noviolencia, al enemigo, al adversario no se le puede eliminar, hay que trabajar para su recuperación, es necesario en la búsqueda de la verdad, para el Satyágraha. Seguro que en más de una ocasión nos hemos encontrado con la anécdota de alguien que ante una situación de hambruna, comenta: “si existiera Dios, tú crees que dejaría que muriera tanta gente de hambre”, a renglón seguido otra persona que oye esta queja contesta: no es Dios el responsable de que muera tanta gente de hambre, sino que somos nosotros los que hacemos un mal reparto de la riqueza, y eso es lo que provoca que tanta gente muera de hambre. Pues bien, si somos nosotros, y en cada uno de nosotros hay una parte de responsabilidad ante las injusticias, y si yo voy a ser el pagador de mi parte de responsabilidad, también quiero ser el que maneje mi responsabilidad, minuto a minuto, segundo a segundo, por eso no debo de delegar mi poder en nadie, ya que si voy a ser el responsable de las acciones de poder que ejerza la persona en la que delego, también quiero ser el que maneje y disponga de la mejor manera que sepa y la naturaleza me de a entender, mi cuota de poder, y si me equivoco, estaré dispuesto a pagar mi error, con la tranquilidad de que he actuado de la mejor manera que he sabido y siempre tendré la oportunidad de rectificar, ya que yo he sido el que se ha equivocado, y no hay mejor lección que aquélla que se aprende después de haber cometido un error. Por eso, desde la noviolencia no creemos en los “salvadores de la patria”, “la patria la salvamos con la participación de todos/as, o no la salvará nadie”, y esto es lo que está sucediendo. Es absurdo pensar que la justicia y la dignidad para todos los seres humanos llegará de la mano de este o aquel gobernante, es bastante infantil pensar que una persona, un grupo de personas, un partido político, etc., podrá legislar y gobernar, para millones y a la vez ser justo, máxime cuando estos millones viven alejados y son meros espectadores -criticones, pasivos, apáticos y mediocres-, y esto sucede, gracias a lo asimilado que tenemos que son ellos, los especialistas, los políticos de turno, los sabios, los superhombres, los únicos capaces de solucionar todos los problemas de cualquier sociedad.
La Democracia representativa, nos trata como imbéciles, como críos de corta edad, de manera similar al Despotismos Ilustrado, y nos lo creemos, y así un año y otro, y una legislatura y otra, renunciando a nuestro poder, olvidándonos de la obligación que tenemos de poner al servicio del progreso de la humanidad todo lo que la naturaleza ha puesto en nosotros, en cada individuo y que no se encuentra en los demás, y que es absolutamente necesario que mis aportaciones se conjuguen con las de mi vecino, con las de mi amigo, con las de mi adversario, para que la humanidad avance, si no fuese así, ¿que sentido tendría una sociedad con tantos individuos diferentes y distintos, no hay dos iguales?, si esto fuera así, bastaría con que sólo una pequeña élite de dirigentes fueran distintos, los demás podríamos ser todos iguales, como perfectos androides, eso es lo que quieren y así es como nos tratan. A los hechos nos remitimos. Podemos recordar el punto 5 de las “10 Estrategias de Manipulación” : Dirigirse al público como criaturas de poca edad.
Así llegamos a las siguientes conclusiones:
La riqueza se encuentra hoy en manos de muy poca gente que se ha apoderado de ella y le sirve no solo para su goce y disfrute, sino como instrumento para el ejercicio del poder, mientras que la gran parte de la población mundial, se encuentra fuertemente empobrecida y renunciando al ejercicio directo de su poder.
El apoderamiento de esta riqueza la han logrado estas personas con el visto bueno de aquellos en los que hemos delegado nuestro poder.
Y esto es posible gracias al acomodamiento mental en el que nos encontramos sumergidos, o a lo que Adela Cortina llama “Clientes pasivos del estado de bienestar”
Si nos convencemos de esto, habremos dado los primeros pasos para que todo empiece a cambiar.
Desde una perspectiva noviolenta, la resistencia al poder despótico, se centraría en la búsqueda de fórmulas para afrontar los conflictos sin violencia, y al mismo tiempo con el ejercicio del poder por parte de quienes resisten. Los postulados de la noviolencia están en negarse a reducir el ejercicio del poder a la fuerza, mediante la violencia, y en proponer que los objetivos de quienes resisten, mediante el ejercicio de su poder, se alcancen con formas noviolentas de poder, aquellas a las que Kenneth Boulding llama poder integrador.
Como decía Gandhi: “La noviolencia es un instrumento al alcance de todos...” “Si se acepta la noviolencia como ley de vida, afectará a todo el ser y no sólo a unos cuantos actos aislados”, aquí los “poderosos”, no tendrán nada que hacer.
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Esta reflexión la hemos realizado en base a textos de la siguiente bibliografía:
1) Enciclopedia de la Paz y Conflictos, Mario López, Instituto de la Paz y los Conflictos de la Universidad de Granada.
2) La ética de la sociedad civil. Adela Cortina. Anaya.
3) Estrategia de la noviolencia. J.M. Muller.