Y es que se acerca la Navidad. La tenemos ya a las puertas. Momentos de “paz”, de encuentros con los amigos/as, de querernos todos/as mucho, momentos especiales para querer y desear felicidad. También son momentos en los que se visualizan con más intensidad, como si se tratara de una veda que se abre, algunas de las injusticias y desigualdades que nos rodean. La venta de seres humanos como esclavos, en esa Libia a la que íbamos a llevar la democracia, las pateras que naufragan en el estrecho, el número de muertos en el mediterráneo, las familias que no podrán encender la calefacción, las que no tendrán cena de navidad, los niños/as trabajadores, la trata de mujeres, la represión y masacres contra los pueblos indígenas, los millones de refugiados, el hambre, y todo tipo de desigualdades e injusticas. Ahora también es el momento, para que esas personas con necesidades especiales, y a las que las que el Gobierno da la espaldas, nos recuerden que también están ahí. En fin, las fechas que se avecinan, parece que son las propicias para que las injusticias que venimos, creando, alimentando y manteniendo durante todo el año, caigan sobre nuestras espaldas. Nos sentiremos indignados, impotentes, y sin saber qué hacer. Porque hemos sido educados/as y estamos siendo educados/as precisamente para eso, para no saber qué hacer. Dice Adela Cortina en su libro: “La ética de la sociedad civil”, que: “el estado paternalista ha generado un ciudadano dependiente ,“criticón” -que no “crítico”-, pasivo, apático y mediocre; alejado de todo pensamiento de libre iniciativa, responsabilidad o empresa creadora. Un ciudadano que no se siente protagonista de su vida política, ni tampoco de su vida moral, cuando lo que exige un verdadero estado de justicia es que los ciudadanos se sepan artífices de su propia vida personal y social”. Incluso aunque tuviéramos alguna idea, nuestro instinto “pasivo, apático y mediocre”, con el que nos ha educado nuestro “papá estado”, nos diría, “quieeeto parao”, ¿a dónde vas a complicarte la vida?. Y es que nos han enseñado y lo hemos aprendido muy bien que debemos de ser pacientes ante las injusticias, y que aunque existan injusticias y leyes que las protejan lo “democráticamente correcto” es obedecer esas leyes que, propician, favorecen y mantienen las injusticias, aunque nos choque y nos llene de indignación. Pues dentro de los valores que tenemos tan bien aprendidos, no se encuentra la justicia en primer lugar, sino la paciencia, la resignación y el acomodamiento, así es que ante una injusticia nuestra reacción más normal es el acomodamiento, por eso en nuestro nombre se invaden países, se ponen alambradas, se alzan muros, se matan a miles de personas, se les da nuestro dinero a los bancos para que los ricos sean más ricos, y a los pobres les roban la vivienda y los echan a la calle, se recortan los salarios y se privatiza la sanidad, la educación, etc, y ante todo eso seguimos permaneciendo impasibles y terriblemente refugiados en nuestra coraza de acomodamiento.
El acomodamiento, se encuentra dentro de cada uno de nosotros/as, hemos aprendido a vivir con el muy bien. Si no nos enfrentamos a el, difícilmente seremos capaces de enfrentarnos a otros males externos. No queremos decir que para enfrentarnos a un adversario externo, primero tenemos que anular al adversario que llevamos dentro de nosotros, no es eso, lo que si tendremos que hacer primero es reconocerlo y establecer una estrategia para dejarlo sin actividad interna, y así, poder iniciar paralelamente el enfrentamiento a esas injusticias y amenazas externas.
El acomodamiento es el que nos incita a agachar la cabeza ante la injusticia, y es quien favorece que el poder económico se mantenga, por muy injustas y terribles que sean sus actuaciones, nuestro acomodamiento es su licencia para actuar, pudiera parecer que ante la injusticia nuestra primera reacción es la violencia, pero no, nuestra primera reacción es la de resignarnos, mirar para otro lado, buscar alguna justificación y aguantarnos. Nos sentimos impotentes. Nos han hecho creer que el adversario, es tan poderoso, tan potente, que no podemos hacer nada.
Incluso cuando nuestra primera reacción ante la injusticia fuera la indignación y el rechazo, rápidamente nos venimos abajo e intentamos auto-convencernos de que no podemos hacer nada. Buscamos argumentos como, tengo que pagar la hipoteca, tengo familia e hijos, tengo un trabajo que mantener, no tengo tiempo, tengo mucha prisa, tengo un examen, etc… y a renglón seguido, buscamos la forma de tranquilizar la conciencia, porque al fin y al cabo, de eso se trata, nos han hecho creer y lo tenemos tan asimilado, que si no podemos hacer nada para acabar con las injusticias, cuando menos tengamos nuestra conciencia tranquila de estar haciendo algo, y ahí aparece el mercado de “salvadores de conciencias”, las ONGs. Si no te engancha una maratón publicitaria, busca en el mercado cuál da respuesta a la injusticia que no me deja dormir, hay respuesta “oenegística” para todas las injusticias, busca la tuya, ponte una cuota y ya está, por fin puedes dormir tranquilo. No es necesario ya nada más, ellos sabrán como gestionar mejor el dinero que les das. Ya no es necesario que te preocupes más, da por hecho que el dinero se invierte correctamente, que no hay gastos superfluos, que no se desvía para otros fines, etc., tu conciencia ya está tranquila, ya has resuelto tu indignación y el rechazo ante la injusticia que tanto te conmovió. Si te sientas en el sofá, y la TV te sigue interpelando con imágenes, convéncete de que ya estas haciendo lo que puedes, por tanto lo mejor será cambiar de canal. Eres uno más de los muchos “solidarios” acomodados. Y tu acomodamiento “solidario”, hace buena máxima de que: TODO CAMBIA PARA QUE TODO SIGA IGUAL, en este caso, crees que estás haciendo algo para que la injusticia desaparezca, pero en realidad, TODO SEGUIRÁ IGUAL. Identificar en cada uno de nosotros esta actitud acomodaticia que tanto apoyo da al pensamiento predominante para el mantenimiento de la injusticia y la esclavitud mundial, será un pilar que tendremos que transformar, dejándolo en un primer momento sin actividad, porque mientras siga estando activo dentro de nosotros, no nos dejará actuar.
Aceptar la injusticia es lo más habitual entre nosotros, estamos educados para ello:
NO ESTAMOS EDUCADOS PARA ENFRENTARNOS A LA INJUSTICIA.
Así también se expresaba Gandhi: “Los responsables de nuestra sujeción, no son tanto los fusiles británicos como nuestra colaboración voluntaria. Frente a la injusticia, estamos muchos más acostumbrados a resignarnos y a colaborar que actuar incluso con violencia ante ella”
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