El lunes 16 de noviembre decía un militar español en una cadena de radio: “Es fácil acabar con el estado islámico. Apenas son unos 40.000 efectivos que no tienen armamento aéreo ni antiaéreo. Sería muy fácil acabar con ellos”.
Hace algunos años, alguien dijo que había que acabar con Sadam Hussein, que era el demonio hecho hombre, y seguro que no les faltaba razón, ya que había sido nuestro demonio, lo alimentamos, lo protegimos, lo arropamos mirando para otro lado, cuando cometía todo tipo de fechorías con su propia gente. Cuando ya no nos fue útil, empezamos a ver que tenía rabo y cuernos de demonio. Entonces, ese alguien que dijo que había que acabar con él, se inventó que tenía el país plagado de armas de destrucción masiva, y que no solo era un peligro para sus propios ciudadanos, que bien poco nos importaban, sino que era un peligro para el mundo entero, por lo que no hubo ningún apuro por acabar con él, y de paso, acabamos también con miles de personas inocentes, que solo habían tenido la mala suerte de haber nacido bajo las garras de un dictador. También arrasamos un país completo, sembramos el caos, la inseguridad, destruimos los templos, las bibliotecas, las infraestructuras, matamos a periodistas, a reporteros, en fin se consiguió el objetivo de acabar con Sadam Hussein. Las armas de destrucción masiva no aparecieron, las miles de víctimas que asesinamos tampoco. El petróleo iraquí necesario para nuestra sociedad de consumo, está a nuestra disposición.
Después alguien dijo que el verdadero demonio hecho hombre ahora era el coronel Gadafi de Libia, que había que acabar con él. Este sí que era un verdadero demonio. No respetaba los derechos humanos, tenía a su gente empobrecida, y los recursos que obtenía de los pozos de petróleo, se los apropiaba y los mandaba a los bancos occidentales. Nos olvidamos que en un tiempo atrás, era bueno tener relaciones con él, nuestras autoridades lo visitaban incluso recibían regalos de él. Pero era efectivamente un verdadero demonio, por lo que había que acabar con él. En esta ocasión no queríamos tener víctimas de los nuestros, por lo que optamos por dar armamento a los opositores al régimen libio y estos serían los que se encargarían de acabar con Gadafi. Y así lo hicieron. Después de que Gadafi desapareciera, el país quedó dividido y sumido en el caos, matanzas y ejecuciones sin ningún tipo de control. Libia es un caos, que exporta refugiados que mueren cada día en el mediterráneo, intentando encontrar un futuro que les permita vivir, al menos, como nuestros perros y gatos. Las armas que entregamos a los libios que derrocaron a Gadafi y que ahora controlan el país, se pasan de unos grupos a otros, y se empieza a generar el estado islámico al calor de la muy diezmada Al Qaeda. El petróleo libio necesario para nuestras sociedad de consumo, que ahora controla el estado islámico, está a nuestra disposición. Se estima que el estado islámico tiene unos ingresos de 6 millones de dólares al día por la venta de petróleo. Se pregunta José María Izquierdo: ¿Qué tal si para acabar con el estado islámico se cortara la venta de petróleo que llena las arcas del ISIS? Porque se supone, y para ello gozan de gigantescos presupuestos, que los servicios secretos –la todopoderosa CIA, el MI6 británico o el Mossad israelí- saben perfectamente qué países compran esos millones de barriles manchados de sangre.
Más tarde nos dimos cuenta de que hay un tercer hombre que también es un verdadero demonio. Es un perverso dictador. Su país está en la miseria y los derechos humanos brillan por su ausencia. La represión es total en ese país. Por tanto, alguien decide que hay que acabar con Bashar al-Asad. Como la experiencia de Libia nos fue bien decidimos dar armamento a los opositores al régimen, aún sabiendo que el régimen sirio se encuentra fuertemente armado por parte de su gran aliado que es Rusia. No nos importó porque el objetivo es crear el caos, para poner a nuestra disposición las materias primas de Siria. Se dio armas a los múltiples grupos de rebeldes y opositores al régimen, y después, nos dimos cuenta que algunos de esos grupos vienen del recientemente creado estado islámico. Con nuestra armas se han matado también a miles de personas inocentes, civiles todos. Cuatro millones de sirios ha huido a países vecinos y con destino a Europa, y se estima que dentro del país hay siete millones de desplazados. Siria posee reservas de gas natural, sal gema y fosfatos. Las industrias textil, alimentaria, metalúrgica y cementera suponen el 22% del PIB. Los derechos del paso de petróleo foráneo por los oleoductos que tiene el país, generan grandes ingresos para el gobierno y lo sitúa en una posición estratégica, entre el Medio Oriente y Europa. Aún no han acabado con Bashar al-Asad, porque su amigo ruso lo protege. El caos también es ya el dueño de Siria, y una parte de esas materias primas y de los privilegios estratégicos del país, se encuentran ya a disposición de nuestra sociedad de consumo.
El terrorista estado islámico ha matado a 130 civiles inocentes en la vecina Francia. La muerte de estas 130 personas nos aflige y nos llena rechazo y de horror, así como las miles de victimas que nuestro sistema de vida y nuestros ya olvidados valores occidentales, va sembrando por todo el mundo. Ojalá que algún día a alguien se le ocurra recordar aquella frase de que decía: Vuelve tu espada a su lugar; porque todos los que tomaren espada, a espada perecerán.
Al día siguiente de la sangrienta matanza en París, Francia toma represalias, bombardea aquellos lugares en los que supuestamente se esconde el estado islámico, aún no sabemos los civiles que han caído, pero sigue en nuestro recuerdo, la matanza de la OTAN bombardeando el hospital de médicos sin fronteras en Afganistán. Parece a partir de ahora, a los valores de la República Francesa, de IGUALDAD, LIBERTAD Y FRATERNIDAD, habrá que añadir los de “Ojo por ojo, diente por diente”.
¿Quién será el próximo con el que hay que acabar?
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