REFLEXIONES en torno a la NOVIOLENCIA.
APOYÁNDONOS EN JEAN-MARIE MULLER (1)
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En la línea de nuestras reflexiones, incluímos de nuevo, el capítulo 3 del libro de Jean-Marie Muller: ESTRATEGIA DE LA ACCIÓN NO-VIOLENTA, ya publicado en este blog el 12-10-2014. Lo transcribimos tal como aparece en esta entrada.----------------------------------
Últimamente,
oímos hablar mucho de Desobediencia Civil, principalmente a raíz de la
consulta catalana que ha suspendido el Tribunal Constitucional. Es una
pena que ante tantas injusticias y atropellos a los que nos somete el
Gobierno, no nos hayamos acordado de la única arma que tenemos los
ciudadanos para controlar los abusos de poder de los legisladores y así
forzar a que las instituciones democráticas reencuentren sus verdaderas
funciones, pues como decia Gandhi: "
No es la ley quien debe dictar lo que es justo, sino que lo que es
justo es lo que debe dictar la ley. Lo que debe inspirar al hombre su
comportamiento no es lo que es legal, sino lo que es legítimo", por tanto ante tanta ley injusta la Desobediencia Civil, afirma Gandhi, es la afirmación de un derecho que la ley debería dar, pero que niega. Si
la desobediencia criminal es efectivamente una amenaza para la
democracia y puede conducir a la sociedad al caos, la desobediencia
civil es, por el contrario, una garantía para una democracia auténtica.
Si el gobierno debe velar para defender a la sociedad contra los abusos
de los ciudadanos, éstos deben velar para defender la sociedad contra
los abusos del gobierno.
Ante el fracaso manifiesto de la estrategia pacifista desarrollada
por STOP DESAHUCIOS que no ha conseguido detener ni paralizar las
ejecuciones hipotecarias, aumentando en el primer semestre de 2014 un
4,2 %, y menos aún que sean derogadas esas criminales leyes que violan
la constitución y ponen en la calle a familias sin recursos, mientras
que los bancos, esos que hemos rescatados entre todos/as, los de las
tarjetas opacas, se apropien de sus viviendas y sigan especulando con
ellas; hemos creído conveniente rescatar el capítulo 3 del libro de
Jean-Marie Muller: ESTRATEGIA DE LA ACCIÓN NO-VIOLENTA, con el fin de
recordar y poner al alcance de quien nos los conozca, cuáles son los
principios y fundamentos de de Desobediencia Civil desde el punto de
vista noviolento.
Que os aproveche.
PRINCIPIOS Y FUNDAMENTOS DE LA DESOBEDIENCIA CIVIL
El principio esencial de la estrategia no-violenta es el principio de no-cooperación o de no-colaboración. Se
basa en el siguiente análisis: si las injusticias están tan
profundamente enraizadas en las sociedades es por que se benefician de
la complicidad, es decir, de la cooperación de la mayoría de los
miembros de esas sociedades. Así, Gandhi, analizando las causas de las
injusticias de las que la India era víctima por parte del gobierno
inglés, afirmaba: «Los responsables de nuestra sujeción no son tanto los fusiles británicos como nuestra colaboración voluntaria.»1 Precisando y des arrollando su pensamiento, escribía: «El
gobierno no tiene ningún poder fuera de la cooperación voluntaria o
forzada del pueblo. La fuerza que ejerce es nuestro pueblo quien se la
da enteramente. Sin nuestro apoyo, cien mil europeos no podrían
controlar siquiera la séptima parte de nuestros pueblos. (...) La
cuestión que tenemos ante nosotros es, por consiguiente, oponer nuestra
voluntad a la del gobierno o, en otras palabras, retirarle nuestra
cooperación. Si nos mostramos firmes y unidos en nuestra intención, el
gobierno se verá forzado a plegarse a nuestra voluntad o a desaparecer.»
2 Gandhi enuncia una vez más así el fundamento de la estrategia de la acción no-violenta: «Cuando
un gobierno comete una grave injusticia, quien es objeto de ella debe
retirarle su cooperación entera o parcial, hasta que le haya llevado a
renunciar a su injusticia.» 3
Los
debates sobre la violencia y la no-violencia se ven casi siempre
falseados en la medida en que se quiere dar a entender que frente a la
injusticia todos estamos dispuestos a recurrir a la violencia para «dispersar
a los soberbios, derribar a los poderosos de sus tronos y elevar a los
humildes, llenar de bienes a los hambrientos y despedir a los ricos con
las manos vacías». Pero,
¡oh sorpresa!, frente a la injusticia, nuestra más fuerte tentación no
es la violencia, cuyos riesgos y sacrificios, por una parte, no estamos
demasiado dispuestos a asumir y de cuya eficacia, por otra parte, no
estamos demasiado persuadidos. Estamos mucho más tentados por la
pasividad y la complicidad que salvaguarden lo mejor posible nuestra
tranquilidad, nuestro propio confort y nuestros propios intereses: estamos mucho más dispuestos a resignarnos a la colaboración que a resignarnos a la violencia. La
palabra «colaboración» evoca generalmente la actitud de los que pactan
con el ene migo, una vez que éste ha invadido el territorio nacional,
pero conviene darle una acepción mucho más amplia: somos colaboradores cada vez que pactamos con tal o cual injusticia social.
Por
ello, no conviene tanto oponer, tal como se hace generalmente con una
cierta complacencia, la no-violencia a la violencia, que no es casi
siempre más que la obra de una pequeña minoría, como oponer la
no-violencia a la colaboración de la mayoría. Conviene, por otra parte,
volver a decir aquí que si no hubiese elección más que entre la
resistencia violenta y la colaboración, más valdría elegir la
resistencia violenta.
A
partir de este análisis, la estrategia no-violenta consiste en
conseguir romper esta colaboración con la injusticia, y ejercer, de esa
forma, sobre los responsa bles una presión social que les obligue a
ceder. Los métodos de no-cooperación «intentan
coaccionar al adversario mediante la negativa deliberada a realizar una
función cuya ejecución es esencial para el mantenimiento de su
posición» .4 Se
trata de organizar la no cooperación de tal manera que el mayor número
se niegue a colaborar con las instituciones, las estructuras, las leyes,
los regímenes que crean y que mantienen la injusticia. Nos hemos
contentado generalmente con pre sentar las acciones de Gandhi como
llamamientos a la razón y a la conciencia que tenían como objetivo con
vencer y convertir a los individuos. Ciertamente,
esta preocupación no ha estado nunca ausente del espíritu de Gandhi,
pero el objetivo directo e inmediato de sus campañas de no-cooperación
era el de atacar las estructuras que perpetuaban la dominación inglesa sobre su país. «Nuestra no-colaboración no se refiere a los ingleses, sino al sistema que los ingleses nos han impuesto.»5 Con ocasión de la campaña de 1920, escribe que el boicot de las instituciones tiene como objetivo «parar los resortes del gobierno, hasta que hayamos obtenido justicia»,6 y afirma públicamente que «la nación busca paralizar al gobierno» 7
De
igual manera, después de haber reconocido la in suficiencia de las
simples manifestaciones callejeras para conseguir la liberación de los
negros, Martin Luther King planeaba, unos meses antes de su asesinato,
organizar campañas de desobediencia civil con el fin de paralizar el
funcionamiento normal de las instituciones y obligar así al poder blanco
a ceder. «La
protesta no violenta, decía, debe a partir de ahora madurar para
alcanzar otro nivel y corresponder a una impaciencia acrecentada entre
los negros, y a una resistencia reforzada entre los blancos. Este
segundo nivel es la des obediencia civil de masas. Nos hace falta algo
más que una afirmación ante la sociedad; nos hace falta una fuerza que
interrumpa su funcionamiento en ciertos puestos clave.» 8
Así
pues, se trata de organizar la resistencia haciendo un llamamiento a
cada miembro de la sociedad para que retire su apoyo a las autoridades
establecidas que defienden la injusticia. La coacción se hará efectiva a
partir del momento en que los resistentes consigan cortar las fuentes
de poder del adversario, de tal manera que éste se vea privado de los
medios de mantener su posición y pierda el control de la situación. De
esta manera, se podrá establecer una relación de fuerzas en favor de los
resistentes.
En
un primer momento, esta no-cooperación podrá organizarse en el marco de
la legalidad. Se tratará de agotar todas las posibilidades ofrecidas
por los medios legales. Debemos inspirarnos aquí en la sabiduría de ese
revolucionario anarquista que proclamaba ya hace tiempo en la tribuna de
un congreso: «Haremos la revolución por todos los medios, ¡incluso por los medios legales» Pero cuando éstos se revelen inoperantes para acabar con la injusticia, entonces convendrá entrar en la desobediencia civil. La
no-violencia nos hace amigos del orden, pero, precisamente por eso, nos
obliga a denunciar y a combatir las injusticias y las violencias, del
orden establecido. A menudo, el orden hay que promoverlo, no que
defenderlo.
La desobediencia civil se funda en el reconocimiento del hecho, demasiado tiempo ignorado, de que la obediencia a la ley implica la responsabilidad del ciudadano, y que, por consiguiente, el que se somete a una ley injusta, carga con una parte de la responsabilidad de esa injusticia. «Si
el gobierno actúa mal, escribe Gandhi, participo en su mala acción al
cooperar con él y hacer así posible ese mal. Mi deber es retirar mi apoyo a ese gobierno, no por castigo, no por venganza, sino para no convertirme en responsable del mal que hace.» 9 Hitler
sólo ha sido posible gracias a la colaboración de la gran mayoría de
los alemanes. Todos los que, tras el fin de la guerra, han sido juzgados
como «criminales de guerra» han argumentado invariablemente en su
defensa que no habían hecho más que obedecer las órdenes de un gobierno
legalmente constituido. Y, sin embargo, la conciencia universal ha
creído deber recusar el argumento presentado y exigir su condena.
Ciertamente, en una situación dada, el individuo puede equivocarse en
su apreciación de lo que la justicia requiere. Y, sin embargo, el
hombre no puede decidirse a actuar más que a través de las luces de su
propia razón y de su propia conciencia. El riesgo de equivocarse no
puede llevarle a dimitir de su propia responsabilidad ante los juicios y
las decisiones de otros hombres que, por lo demás, corren el mismo
riesgo. Se toma como pretexto a menudo la incompetencia del simple
ciudadano para mantenerle en una sumisión incondicional a las decisiones
de los poderes establecidos. Se
pretende que hay unos problemas de tal manera complejos, que exigen
unos conocimientos tan vastos y unos análisis tan difíciles que nadie,
aparte de los especialistas, podría hablar de ellos inteligente mente. So pretexto de incompetencia, se quiere obligar al ciudadano a la irresponsabilidad. Hoy más
que nunca, los poderes establecidos se recubren con la autoridad de los
tecnócratas para reducir toda oposición al silencio. Es ésta una
superchería que hay absolutamente que denunciar. No es necesario, por
ejemplo, conocer todo el dossier científico y técnico de la bomba ató
mica para poder adquirir la certeza de que el equilibrio de terror que
engendra, empuja a la Humanidad hacia un absurdo radical.
La teoría tradicional de la democracia postula que el orden social
no puede mantenerse más que mediante la obediencia a la ley,
suponiéndose que ésta representa la opinión de la mayoría, y que todo
incumplimiento de esta regla sólo podría conducir a un desorden
generalizado. En esta perspectiva, la desobediencia civil aparece como
la negación misma de toda vida democrática. El argumento no puede ser
rechazado pura y simplemente: debe ser discutido. Es cierto que, ante
problemas de orden técnico allí donde no tenemos convicciones sino sólo
opiniones, es razonable aceptar la ley de la mayoría. Gandhi veía bien
los
peligros que habría para el equilibrio mismo de la sociedad si cada
uno, a propósito de todo y de nada, pretendía seguir sólo sus ideas:
personales. «La
experiencia me ha hecho ver que, si quiero vivir en sociedad
manteniendo mi independencia, tengo que limitarme a las cuestiones de
primera importancia para hacer valer las exigencias de una independencia
total. En los demás terrenos en que no entran en juego ni la religión
ni la moral, hay que ceder a la mayoría.» 10
Pero ante problemas esenciales, que ponen en causa el sentido mismo
que damos al hombre y a la historia y que comprometen gravemente nuestra
responsabilidad, no podríamos sentirnos atados por las decisiones de la
mayoría. «La ley de la mayoría, afirma Gandhi, no tiene nada que decir donde le toca hablar a la conciencia.» 11
"
No es la ley quien debe dictar lo que es justo, sino que lo que es
justo es lo que debe dictar la ley. Lo que debe inspirar al hombre su
comportamiento no es lo que es legal, sino lo que es legítimo. A este
respecto, la manera en que Gandhi hizo modificar, en diciembre de 1920,
el texto que definía los métodos de acción del Congreso de la India, es
muy significativa: mientras que los estatutos del Congreso afirmaban
claramente que éste debía perseguir su objetivo «por me dios constitucionales», es decir, legales, Gandhi hizo votar una resolución según la cual el Congreso podía actuar «por todos los medios legítimos y pacíficos».12
Queda
sin embargo que toda sociedad debe procurarse los medios para
defenderse contra los individuos o los grupos que se propongan crear el
desorden y que amenacen su propia coherencia y su propia estabilidad.
«El individuo es, en lo que al derecho respecta, violento, más
exactamente, violencia virtual que, en cualquier momento, puede hacerse
actual. Esta visión del derecho no se debe a la "maldad" de los
legisladores: es la "maldad" de los hombres lo que ha hecho necesario el
derecho.( ...) No se refuta una verdad tan evidente describiendo una
vida idílica, situada, o bien en un pasado anterior al comienzo de la historia, o bien en un por venir que seguiría a su fin y que no conocería ni organización ni ley.» 13 Por
lo tanto, la desobediencia civil no podría estar fundada en una
apreciación negativa de la ley en tanto que tal. La ley, por el
contrario, debe ser apreciada positivamente, en tanto que medio por el
que la sociedad tiende a perfeccionar su organización, su coherencia y
su seguridad. Así, M. L. King podía escribir:
«Pretendo que un individuo que infringe una ley porque su conciencia le
dice que es injusta y que acepta de buen grado la pena permaneciendo en
prisión para despertar la conciencia de la comunidad respecto a esa
injusticia, expresa de hecho el más profundo respeto por la ley.» 14
Ciertamente, el ideal sería una sociedad donde el orden
y la justicia pudieran ser asegurados por la libre concurrencia de cada
uno sin que hubiera necesidad de recurrir a las obligaciones ni a las
compulsiones impuestas por la ley.15 Pero querer hoy atacar a la ley porque es la ley, es desconocer la realidad y permanecer prisionero de los sueños. Ahora bien, no se trata de soñar el ideal, sino de realizarlo, y de realizarlo en comunidad.
De igual manera, sería vano pretenderse «por encima de la ley». La
ley cumple una función social que no puede ser negada. Esta función es a
la vez la de garantizar el orden y la de promover una mejor justicia,
sin que se puedan disociar estas dos tareas la una de la otra. La
función de la ley es la de regular las relaciones entre los individuos
de tal manera que la arbitrariedad y la violencia no puedan tener libre
curso; es la de obligar a los hombres a un comportamiento razonable, sin
el cual la vida en sociedad no sería posible. No sería justo considerar las compulsiones ejercidas por la ley tan sólo como trabas para
la libertad, son también garantías para la libertad. Las oposiciones,
sean parlamentarias o revolucionarias, se complacen de buena gana en la
crítica de los medios puestos en práctica por el gobierno para mantener
el orden. Pero cuando una oposición, por medio de acontecimientos que le
son favorables, se ve llevada a asumir las responsabilidades del poder,
se ve a su vez enfrentada al problema del mantenimiento del orden y, si
bien los papeles se hallan invertidos, el escenario sigue siendo casi
siempre el mismo. Toda sociedad pretende asegurar a sus miembros la
mejor justicia y la mejor
libertad y puede, por consiguiente, reivindicar holgadamente no sólo el
derecho sino el deber de organizarse para impedir que hagan daño los
enemigos de la justicia y de la libertad. Aquí, la teoría es perfecta,
las dificultades proceden solamente de su aplicación.
Así pues, el objetivo de la desobediencia civil no es el de abolir
las leyes, sino el de mejorarlas de tal manera que puedan ser más
conformes a las exigencias de la justicia y de la libertad. «La desobediencia civil, afirma Gandhi, es la afirmación de un derecho que la ley debería dar, pero que niega.»16 Aquí, una vez más, podemos unirnos a Eric Weil cuando escribe:
«El mismo que es un criminal a los ojos de la ley positiva, puede ser,
desde otro punto de vista, un héroe o un santo. Pero no sería ni lo uno
ni lo otro si no se arriesgara, con conocimiento de causa al conflicto
con la ley -y sobre todo, su rebelión estaría desprovista de sentido
para la sociedad-comunidad si no persiguiera, en lugar de la supresión
de la ley, la proclamación de una ley mejor, por consiguiente, de una
ley.» 17
Por
otra parte, la acción no-violenta puede no tener por objetivo obtener
la supresión de una ley, sino, por el contrario, la aplicación de una
ley ya reconocida en principio pero convertida en letra muerta. Así, en
1956, Dando Dolci va a apoyarse sobre el propio texto de la Constitución
de la República Italiana, para combatir la miseria que castiga Sicilia.
El artículo IV de esa Constitución afirma: «La
República reconoce a cada ciuda dana el derecho al trabajo y le asegura
las condiciones necesarias para hacer este derecho efectivo.» Ahora
bien, este artículo sigue siendo letra muerta para numerosos habitantes
de Sicilia que son explotados por la mafia y obligados al paro por una
situación económica miserable, mientras que el gobierno de Roma
permanece inactivo. Por lo tanto, Danilo Dolci va a esforzarse mediante
varias acciones directas no-violentas por actuar de manera que ese
derecho, reconocido en principio por la ley, lo sea también en la
práctica. Varios resultados tangibles han sido obtenidos gracias a la
acción de Danilo Dolci y su combate continúa.
Si la desobediencia criminal es efectivamente una amenaza para la
democracia y puede conducir a la sociedad al caos, la desobediencia
civil es, por el contrario, una garantía para una democracia auténtica.
Si el gobierno debe velar para defender a la sociedad contra los abusos
de los ciudadanos, éstos deben velar para defender la sociedad contra
los abusos del gobierno. Sin embargo, no se puede sin contradicción,
pedir a la ley que reconozca el derecho a desobedecer la ley. Por lo
tanto, este derecho no puede ser formulado sino a partir de las
exigencias de la moral. La
moral tiene sus leyes que la ley no reconoce. La ley debe, necesaria
mente, prever una sanción para el que se sustrae a sus prescripciones. Y
el mismo que desobedece a la ley con el fin de denunciar la injusticia
que encubre, no puede desear escapar a las sanciones de la ley. Esa
sanción es necesaria para la coherencia y la eficacia de una acción de
desobediencia civil.
La aceptación de las sanciones es una prueba de que la desobediencia es civil y no criminal. «El
criminal, es cribe Gandhi, infringe las leyes subrepticiamente trata de
sustraerse al castigo; el que resiste civil mente, actúa de una forma
completamente distinta. Se muestra siempre respetuoso con las leyes del
Estado al que pertenece, no por temor a las sanciones, sino por que
considera esas leyes necesarias para el bien de la sociedad. Sólo que,
en ciertas circunstancias, bastante raras, la ley es tan injusta que
obedecer parecería una deshonra. Entonces, abierta y civilmente, viola
la ley y sufre con calma la pena en la que ha incurrido con esa
infracción.»18
Cuando fue juzgado, el 18 de enero de 1922, por haber desobedecido las
leyes del Imperio británico y por haber incitado a sus conciudadanos a
actuar de igual manera, Gandhi recordó estos principios en la
declaración que leyó ante el tribunal: «La
no-violencia pide el sometimiento voluntario a la pena en que se
incurra por no haber cooperado con el mal. Estoy, pues, dispuesto a
someterme con el corazón alegre al castigo más severo que pueda serme
infligido por lo que, según la Ley, es un crimen deliberado y que, a mi
parecer, constituye el primer deber del ciudadano. Juez, no puede usted
escoger: o dimite y deja así de asociarse con el mal, si considera que
la Ley que está encargado de administrar es mala y que en realidad soy
inocente, o me impone la pena más severa si
cree que el sistema y la Ley que tiene que aplicar son buenos para el
pueblo y que mi actividad, por consiguiente, es perniciosa para el bien
público.» 19
Esta aceptación de las sanciones no debe ser una sumisión al
adversario, sino, por el contrario, la decisión de afrontarlo sin miedo y
sin odio. Toda actitud de huida o toda actitud que pudiese aparecer
como una huida ante las amenazas del adversario sería una confesión de
debilidad y vendría a desacreditar la acción. Al aceptar sufrir las
penas que le son infligidas, sobre todo las penas de prisión, el
resistente no-violento no pretende en absoluto reconocer su propia
culpabilidad ni la legitimidad de la sanción. Por el contrario, tiene
fuertemente conciencia de que ésta es injusta. Pero,
por una parte, al asumir hasta el final las consecuencias de su acción,
manifiesta claramente su naturaleza. Atestigua así que no ha actuado en
absoluto por otras razones que las que ha presentado desde el
principio, y da a éstas una fuerza de convicción acrecentada. Muestra
también que, al negarse a ser cómplice de la injusticia contra la cual
ha entrado en lucha, pretende permanecer solidario de la comunidad a la
que pertenece. Al escapar a las sanciones, se excluiría a sí mismo de
esa comunidad y el impacto de su acción sobre ella se vería fuertemente
disminuido.
Por otra parte, la injusticia misma de la sanción que le castiga tiene
la suficiente envergadura para mostrar a la luz del día las verdaderas
responsabilidades implicadas en el conflicto que le opone a los poderes
establecidos. Cuando estudiaba la posibilidad de interrumpir el
funcionamiento normal de las instituciones mediante campañas de
desobediencia civil, M. L. King precisaba: «Esta
interrupción no debe sin embargo de ser subrepticia o clandestina. No
es necesario vestirla con un romanticismo de guerrilla. Debe presentarse
a rostro descubierto y, sobre todo, ser llevada sin violencia por
grandes masas. Si, para hacer la fracasar, se deben llenar las
cárceles, su significación se hará todavía más clara.» 20
Sin embargo, no conviene dar a esta aceptación de las sanciones el
carácter de un principio moral absoluto, a no transgredir en ningún
caso. En circunstancias particularmente difíciles para el movimiento,
puede ocurrir que exigencias tácticas imperiosas lleven a contravenir
esta regla. Ciertamente, un movimiento de resistencia no-violento no
puede convertirse en un movimiento clandestino, pero se puede estudiar
que tal o cual resistencia, por un tiempo dado y por razones precisas,
se mantenga en la clandestinidad o elija el exilio.
El que desobedece la ley no reivindica por tanto que la sociedad le
reconozca ese derecho, sino que pide que se tomen en consideración las
razones por las cuales considera que la ley es mala y que es necesario
por consiguiente cambiarla. Quienes tienen asignado hacer respetar la
ley, trátese del poder ejecutivo o del poder judicial, no deberían
atrincherarse tras el argumento según el cual la obediencia a la ley es
una exigencia porque la ley es la ley. Es irrisorio por su parte decir
que «no quieren saber» las razones que han motivado un acto de
desobediencia. Su función, si fuera bien comprendida, no debería ser
solamente exigir que la ley fuera puesta en aplicación, debería ser
también la de aceptar que fuera puesta a discusión.
La ley es justa y, por consiguiente, justificada, en la medida en que
tiene por objetivo defender los intereses de los más desfavorecidos
contra las ambiciones de los más ricos y de los más poderosos.
Desgraciadamente son sobre todo estos últimos los que hacen las leyes.
Por lo tanto sucede a menudo que desvían la ley de su función y la
utilizan para proteger sus privilegios contra las reivindicaciones de
los más desfavorecidos. En la medida de ello, la ley ya no merece
obediencia. Aun cuando fuera decidida por una asamblea elegida por
sufragio universal. Por supuesto no
conviene despreciar a éste. Sin lugar a dudas, su establecimiento
representa un inmenso progreso en la historia de las sociedades. Por lo
demás, todo cambio social profundo obtenido por una campaña de acción
no-violenta, deberá ser ratificado por el sufragio universal que sigue
siendo la expresión normal de la mayoría. Sin embargo conviene reconocer
sus límites y sus insuficiencias.
Por una parte, si bien permite a la mayoría elegir el gobierno que
quiere, no le permite participar efectiva mente en las decisiones de ese
gobierno. Las democracias son ante todo democracias de representación, y
no democracias de participación. En consecuencia, se ha exagerado a
menudo el papel real jugado por el ciudadano cuando deposita su papeleta
de voto en la urna. Al llevar al poder a hombres cuyas decisiones no
tendrá medios reales de controlar, firma de alguna manera un cheque en
blanco, cuyo suministro, por las buenas o por las malas, se verá
obligado a asegurar. Mediante el voto, el ciudadano delega su poder, no lo ejerce. Michel
Debré ha subrayado, en fórmulas sin equívocos, en qué medida una cierta
idea de democracia se fundaba exactamente en la no-participación y en
la irresponsabilidad de los ciudadanos: «Lo
propio del individuo, escribe, es vivir en primer lugar su vida
cotidiana; sus preocupaciones y las de su familia le absorben. El número
de ciudadanos que siguen los asuntos públicos con el deseo de tomar
parte en ellos es limitado: es una alegría que sea así. La ciudad, la
nación en la que cada día un gran número de ciudadanos discutieran de
política estaría próxima a su ruina. La democracia, no es la aplicación
permanente de las pasiones ni de los sentimientos populares a la
discusión de los problemas de Estado. El simple ciudadano que es
un verdadero demócrata se hace, en silencio, un juicio sobre el
gobierno de su país, y cuando es consultado en fechas regulares, para la
elección de un diputado, expresa su acuerdo o su desacuerdo. Tras lo
cual, como es normal y sano, retorna a sus preocupaciones personales.» 21
Ante las lentitudes y las insuficiencias de una oposición de tipo
parlamentario, es grande la tentación para muchos, al menos si se les
oye, de recurrir a métodos violentos para hacer valer sus derechos.
Ahora bien, la alternativa no está entre la acción puramente legal y la
acción directa violenta. Ni
la papeleta de voto, ni el adoquín, pueden a fin de cuentas permitir al
ciudadano ser verdaderamente responsable y hacer oír su voz. Más
allá de los callejones sin salida a los cuales abocamos si respetamos
escrupulosamente todas las condiciones impuestas a la acción por las
reglas de la democracia formal, y más allá de las contradicciones de la
acción violenta, la acción directa no-violenta, por me dio de la
no-cooperación y de la desobediencia civil, nos permite oponernos a los
abusos de los poderes establecidos, combatir eficazmente por la justicia
y realizar los cambios necesarios. «Cuando
el recurso a las instancias democráticas ha fracasado en un terreno
particular o en un lugar dado, las manifestaciones de pro testa y la
organización de una desobediencia civil extra constitucional pueden
permitir a las instituciones democráticas reencontrar sus verdaderas
funciones.» 22
Cuando se trata de una injusticia en la cual participamos todos, no
sería razonable que cada uno espere a que la mayoría la haya reconocido
para que deje de participar él mismo y se esfuerce en hacer todo lo
posible para que termine. No conviene actuar sólo para que el poder
cambie de política o para provocar un cambio en el poder, conviene
ejercer efectivamente el propio poder de ciudadano libre y responsable
rechazando des de ahora, mediante un acto de desobediencia civil, toda
colaboración personal con la injusticia. «La
desobediencia civil, escribe Gandhi, es un derecho imprescriptible de
todo ciudadano. No puede renunciar a ella sin dejar de ser hombre (...).
El intento de prescindir de la desobediencia civil sería lo mismo que
querer aprisionar la conciencia.» 23
Sin embargo, numerosos liberales que están dispuestos a denunciar la
injusticia y a combatirla por los me dios constitucionales, no
aceptarían franquear el umbral que les haría entrar en la ilegalidad.
Para ellos, el orden es indivisible y toda desobediencia no puede ser
más que un factor de desorden. Martin Luther King, en su célebre Carta desde la cárcel de Birmingham ha expresado toda la decepción que sentía ante la actitud del hombre liberal quien, por supuesto, ama la justicia, pero prefiere el orden a la justicia. «La
comprensión superficial de los hombres de buena voluntad es más
demoledora que la absoluta incomprensión de los adversarios. Resulta
mucho más desconcertante la aceptación tibia que el rechazo sin
matices.» 24 El
hombre liberal, en efecto, desea que los oprimidos puedan obtener el
reconocimiento de sus derechos, pero posee una paciencia y un optimismo
que le permiten esperar y otorgar confianza a los poderes establecidos.
Por ello juzga los métodos de acción directa y sobre todo las acciones
de desobediencia civil, como actos extremistas y poco razonables.
Unos actos individuales de desobediencia civil no podrán tener un
impacto político que pueda orientar los acontecimientos de una manera
decisiva. Sin embargo reciben su justificación y su significación de que
son una expresión política de la fidelidad a una exi gencia de justicia
y de verdad. Franz Jägerstätter, ese campesino austriaco condenado a
muerte y ejecutado en 1943 por haberse negado a servir en el ejército
hitleriano, no pudo impedir a éste proseguir su obra mortífera a través
de Europa. Quedó como un «testigo solitario» 25 y sin embargo todo el mundo está de acuerdo en decir hoy que
su actitud era la única digna de un hombre responsable. Si nos
sintiéramos tentados a preguntarnos para qué ha servido su negativa,
tendríamos que preguntarnos para qué ha servido la aceptación de los
demás. Por sí solos, los nombres de Auschwitz y Oradour dan a esta
última pregunta una respuesta exacta.
Por otra parte, en las sociedades en que la democracia ha recibido un
comienzo de realización efectiva, en que sobre todo el derecho a la
información es amplia mente reconocido y respetado, unos actos
individuales de desobediencia civil pueden jugar un papel importante.
Por la publicidad que se les puede dar, son ya una interpelación a los
responsables de la injusticia Y a los que la sostienen mediante su
silencio y su colaboración. Pueden ser un elemento no despreciable en el
trabajo de sensibilización de la opinión pública frente a una
injusticia precisa. Permiten que se reúnan quienes sintiéndose concernidos
por las motivaciones ex puestas y los métodos utilizados, están
dispuestos a, dar a conocer esos actos, a velar para que no sean
desviados de su verdadera significación y a expresar públicamente su
apoyo y su solidaridad. Si tiene lugar un proceso y
se infligen penas de prisión, puede desencadenarse una campaña de
prensa que pueda dar a conocer a todos las razones de estos gestos de
ruptura y los objetivos perseguidos. A partir de entonces, es posible
examinar la posibilidad de que otros den el mismo paso y den así a la
acción una cierta amplitud. El impacto político que resultaría de ello
entonces no puede ser menos preciado.
Hay que añadir que, para tener todo su alcance y toda su eficacia, la
desobediencia civil debe hacerse de manera concertada y colectiva. Exige
disciplina y organización y debe poder beneficiarse del apoyo de una
amplia minoría. Entonces se hace posible poner en jaque a las leyes
injustas y restablecer el derecho.
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1. GANDHI, Todos los hombres son hermanos, p. 206
2. GANDHI, La Jeune Inde, Stock, París, 1914, p. 195.
3. Ibid., p. 73.
«A
partir del momneto en que el recurso a las armas era imposible e
indeseable, escribe Gandhi, en su autobiografía, el único modo de
resistencia verdadera al gobierno era el de dejar de cooperar con él. De
esta manera llegué a la palabra de "no cooperación"». Autobiografía,
historia de mis experimentos con la verdad, Kraft, Montevideo, 1936.
El líder no-violento español Gonzalo Arias aplica el mismo principio a
la situación política de su país en 1970 denunciando la cooperación
voluntaria del pueblo con el gobierno: «La oposición política, escribe,
se queja de que, en treinta años, el gobierno no haya hecho nada o muy
poco para educar democráticamente al pueblo. Eso es verdad, pero me
pregunto: ¿qué ha hecho el pueblo para educar democráticamente al
gobierno? Mi opinión es que si los gobernantes no dan al pueblo una
educación democrática, corresponde al pueblo el hacerlo» Cahiers de la
Réconciliation, febrero de 1971.2. GANDHI, La Jeune Inde, Stock, París, 1914, p. 195.
3. Ibid., p. 73.
Ya La Boétie, en su Discurso sobre la servidumbre voluntaria, y Henry David Thoreau en su ensayo sobre La Desobediencia Civil, habían expuesto esta teoría. Cf. nuestro libro El Evangelio de la no-violencia, pp. 218-220.
4. W. R. MILLER, Non-Violence: a christian interpretation, p. 54.
5. GANDHI, Todos los hombres son hermanos, p. 173
6. GANDHI, La Jeune Inde, Stock, París, p. 93.
7. Ibíd., p. 111.
8. M. L. KING, La Seule Révolution, Casterman, París, 1968, p. 33.
9. Citado por S. PahTEx-BuzcF;, Gandhi contre Machiare' p. 125.
10. GANnxr, Todos los hombres son hermarzos, p. 204.
11: Ibíd., p. 205.
12. Citado por S. PANTER-BRICK, op. cit., pp. 132-133.
13. Eric WEit, Philosophie morale, pp. 83-84.
14. Citado por Lerone BENETT, L'Flornme d'Atlanta, M. L. King, p. 177.
15. Cf. el capítulo
16. Citado por S. PANTER-BRICK, op. cit., pag.222
17. Eric WEIL, op. cit., p. 84.
18. GANDHI, La Jeune Inde, p. 7.
19. Camille DEVxsr, Gandhi, su pensamiento y su acción, Fontanella, Barcelona. Y en Ana FRAGA, El pensamiento político de Gandhi, Zyx, Madrid, p. 86.
20. M. L. KING, La Seule Révolution, p. 34.21. Michel DrsuÉ, «Ces princes qui nous gouvernent», citado en los Cahiers de la Réconciliation, mayo de 1971.
22. Joan V. Bo:vnuxnxT, Congr,~est of violence, University of California Press, Berkeley y Los Ángeles, 1969, p. 218. 23. Gaxnxi, Todos los hombres son hermanos, p. 197.
24. M. L. KING, Por qué no podemos esperar, Aymá, Barce lona, 1964, p. 116. 25. Cf. el libro de Gordon Z.axx, Un témoin soi:raire. Fie u~ mort de Frantz Jtigerstritter, Du Seuil, París, 1967.
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